Muelo


¿Me detendrás antes de que me dañe?

¿Antes de hacer crujir las falanges?

¿Antes de lanzar el vaso, el móvil?


Hago polvo lo que me rodea.

Lo muelo fino, formo una pasta.

Y me la extiendo por la cara.


Mi colorete: el maquillaje del drama.

Ambos lo sabemos. Entonces.

Un día de estos.


Cuando haga puntería y lance lo que sea. 

Cuando falle a propósito. Cuando te roce.

Cuando estalle cerca de ti. Cuando sangres.


Quiero ver la expresión que haces. 

Tu cara al ver el desastre. 

Quiero intentar adivinar 

si todavía te importa.


Aloes


Salgo a la calle.

La hija de la vecina 

corretea con una Barbie 

en la mano y al verme 

viene a mi encuentro.

Me cuenta que las

plantas de aloe le parecen

dedos de marcianos.

Siempre quise tener 

una conversación así:

qué curioso que se dé

con una niña de ojos

marrones, la hija de

la vecina.


*

La estufa arde con un

resplandor tímido.

Duermes en el sofá, 

voy por la página 107. 


Contengo la respiración,

escribo casi sin moverme.

Tengo esperanza en las

voces que me dictan.


Cae la tarde. Quietud.

Colada y ropa limpia.

Un futuro. Cielo muy azul 

y frío cortante en la calle.


Así empieza el invierno.

Así me gustaría que empezara. 


*

Bajo a la ciudad de visita.

Desde la habitación de 

mi cuarto provisional veo 

el salón de los vecinos.

Tienen las cortinas echadas,

pero la luz de una lámpara

de mesa ilumina las siluetas

de sus habitantes. Una mujer, 

un chico joven, tal vez una niña. 

Observo sin perder detalle:

necesito la ficción en mi vida.

Alguien que me conoce bien

debe haber montado 

un teatro de sombras.


*

A veces me gustaría

volver a las partes feas
del verano, a sus camas
de pinocha húmeda.

Al revés sucio
de la lona.

Recordar esa piedra
que tiraste a la acequia.

Recuperar lo que se hundió
de forma tan encantadora.

Un año duro


El viento abrió de par en par

la ventana del salón. 

Las cortinas se

movieron frenéticas. 


Desorden en las

pequeñas cosas.

Caos en los detalles.


El viento entró de repente

e hizo volar un pañuelo,

la piel de mandarina,

la lista de la compra.


Sopló, ese viento.

Trajo lluvia:

salimos a gritar 

a la terraza, él y yo.


Los hijos no paridos.

El amor en huida.

Mi madre inmensa.

Una sombra del que

fue su padre.


Salimos y aullamos,

porque fue un año duro

y pensé que lo merecíamos.



*


Entendí mal lo que dijiste.

Pero nos reímos:

yo de mi error, 

tú de mi expresión.

Como en la adolescencia,

fuimos cómplices

a pesar de la confusión.



La herencia


Subo en el ascensor del hospital.

Estoy menstruando, sigo cansada.

Tercer piso, habitación 321.

3, 2, 1, ... Abro la puerta.

Mi hermana está acostada,

con una expresión que me

recuerda a la niña que fue.

Le duelen los puntos y no

puede incorporarse. 

Me sonríe, pero inhala con 

cuidado. El dolor no se va.

Me siento. Cae un poquito de sangre 

en la compresa, nada nuevo.

El gotero de analgesia está casi vacío.

Hay una luz ligera, como las

que entran en las capillas, 

o las ermitas. Se oye a las

enfermeras en el pasillo.

Ríen y bromean, empujan carritos.

Miro de nuevo a mi hermana,

que contesta un mensaje 

de WhatsApp con aire ausente.

Entrecierro los ojos y su silueta

se desdibuja. Podría ser mi

madre, o mi abuela. O mis tías.

Me miro los pies. Cae un poco

más de sangre. Soy la única

con todo: útero, ovarios, trompas.

Esta herencia no es justa. 

El vivir incompletas, perdiendo

partes. Sin despedidas o procesos.

"El médico me ha dicho que

tengo dos años para 

quedarme embarazada",

me dice con el ceño fruncido.

Una emoción me agarra las costillas.

Es un hilo de ternura. Hago una broma.

El momento pasa. Estamos a salvo.

Al quedarnos en silencio se oye 

un rumor, como el marcar del reloj.

El tiempo que pasa. Pero es una cuenta atrás.

Así es para nosotras, así será para las que vengan.


Olor


La curva de mi cadera es como una Luna sobre el agua.

Cuando me abro de piernas, ¿qué debería coger?

¿Un espejo? ¿Un ángulo muerto? ¿Un haz de luz?.


Sin ropa somos tranquilos. Todo se dice en voz baja.

El olor es lo que importa: él manda. Por él la Luna.

Por él; jadeos, los cuchillos. Por él; un rubor.


La curva de mi mejilla es como un cajón forzado.

Cuando soy sincera, ¿Qué debería decir? 

¿Que mi carne es triste? ¿Que vivo sola con mi esqueleto?.


No quiero habitarme en fragmentos.


Que me veas entera, con Luna y cajones sin cierre. 

Un aroma de adulta. Eso quiero. Cuchillos.

Ser vista sin espejos. En susurros. 


Ser vista, tan pequeña. 

Aliento


Mi aliento 

es el ahora.

Que baja por 

las piernas.

Llega al suelo. 

Y se arrodilla 

a cuatro patas.


Estoy satisfecha.

O no. No. 

No lo estoy.


Aliento que no es.

Que bebe agua 

bajo el olivo.

Me mira 

desde fuera.

Una hoja 

le tapa los ojos.


Mis rodillas 

están desolladas. 

Sangre.

Un hilo rojo 

a modo de correa.

Ata mi aliento.

Lo ata corto.

Como a un perro

dócil, a la altura

de mis rodillas.


Nuca más alto.

Nunca erguido.

El que finge

Muerde sus rizos.

Los estira con los colmillos.
Pretende que sean rectos
lisos, claros, ligeros.

Para abandonar su naturaleza de felino.

De melena con esparadrapo.
De león rodeado de fusiles.
Y poder cazar con las gacelas.

Hay algo


Hay quien nace con 

cucharas de plata en la boca,

o padres que se van pronto.


Hay personas con arrullo en la voz

y una calma del mañana.


Yo pierdo la cartera en el metro.

Y hay algo. Algo, algo, algo.

Hay algo mal en mí.


Hay quien sólo apaga 

el despertador una vez. 

Vuelve rápido al mundo. 

Ducha, café. Podcast.


Yo floto en las fronteras 

y me cuelgan los pies 

en los acantilados. 


Veo algunas sobras 

alrededor de tu cuerpo.

De los cuerpos.


Cosas que añaden capas.

Fantasmas y luces.

Y puede que no esté mal.

Ver todo lo que flota.


Pero ese colgar, ese tardar más.

Ese dudar cuando despierto.

Las cucharas en el cajón.

Cartas en mi cabeza.


Un mechón de tu pelo

enganchado.


Hay algo mal.

Algo sin acabar.


Y los fantasmas 

no hablan de ello.


Hay algo. Algo lento.

Que no se cierra,

que no... se cierra...


Hay algo, algo, algo.

Algo mal. Algo que duda.


Y me deja sola.

*

Yo estuve allí.

En aquel hospital soleado
y su autobús de cristal suave.
Rodeada de tus muñecas
con camisa, cada gesto
imantado como una montaña.
Y mirando con fijeza las grietas
que habitaban la acera,
sorprendí a mi estómago
queriendo ser tu casa.

Anhelo

La arcilla suave me emociona.
Como los patos que madrugan.
O la poda oculta de los racimos.

Pero es el hielo que estalla,
ese que con encanto masticas,
el que quieras o no

saldré a buscar.


Esperanza

Hay un momento.

Cuando estás todavía
en penumbra y el tiempo 
es como los melocotones.

Hay un momento.

Como si la oscuridad
acabara. O como si
esta vez se pudiera morder.

Tan irreal.

Como si pudieras tragar 
y hacerla tuya en la víscera.



*

Hoy la Vida se mueve suave, sin avasallar.
Parece que duerme con la cara cerrada.
Pero las horas cuelgan boca abajo.
Y las piedras rebotan rabiosas.

Todo porque he dejado salir 
de este pantano, el cuerpo de 
ternura que mezquinamente
atesoraba. 

*

Las palabras nos rodean.


Suenan en mi cabeza

o hablan contigo.

Salen de tu boca.

Vuelven a la mia.


Palabras suaves.


La palabras habitan.

Pero no alimentan.


¿Hablo de agua 

y te quito la sed? 

¿Comeré si te imploro 

por migajas?



Sombras


Después del lujo todo vuelve a su sitio.

Se ordena obstinadamente eliminando las curvas.
Y colocando los recuerdos como polígonos.
Rígidos. Inmóviles. Perfectos en su expiración.

Todo volverá tristemente a su lugar.

Si llamamos de nuevo a las sombras,
que rellanarán los cuartos que antes
fueron propiedad única del abrazo.

Sabes muy bien que a esas siluetas danzantes

no les importa que permanezcamos juntos.
Nos rozan levemente los costados con sus
túnicas de nido vacío. Almidón y crujido.

Como nosotros, sombras:

Que se erizan tiernas y macabras
sobre las ruinas de este imperio.

*


Algo parecido a 

los sonidos de estornino.


Elegantes y pequeños.

Así suenas.


Recuerda que 

una vez fuiste ave.


A fuerza de creer volaste.

Primero bajo, claro.


Luego cantaste,

como decía,

y casi desaparecías allí arriba.


Te miraban desde abajo.

Se paraban y señalaban.


Insólito. Un estornino.


Tan alto, tan rápido.

El viento fuerte a tu lado.


Corriente que no amaina.

Tú siendo ave. 


Hueso ligero y

pluma que cruje.


El aire es lo único en lo 

uno puede apoyarse.



Cuando seamos auténticos


Es necesario vivir sólo

a causa del amor.


A causa del deseo.


Me siento mal como 

un mordisco

en un cuenco de plata.


Veo gente con gestos como nubes,

aire y círculos, una pena en el ojo.


Quiero abrazar y decir: 

"Te veo, eres una bebida clara".


Un mordisco que no llega.

Un deseo de todas las cosas.


Toallas al sol y pelo con arena.


Un mordisco salado.

"Te veo. Y existes", diré.


Piel con arrugas y salitre.

Un poco de agua en el cuello.


Y el amor y el deseo

serán transatlánticos 

creando una estela de plata.


Y entonces cuencos sin ojos.

Y entonces, lo importante.


Amor y deseo.

Brillo. Plata.