Así en la ciudad como en la pradera

Ella arruga el papel del azucarillo
con una fuerza inquietante.

Va a romper a llorar.

Pienso girándome hacia
el ventanal que da a la calle.

En la mesa de al lado han pedido
un brownie de chocolate.

Una pareja sentada en la barra
bebe café consultando el móvil.

Miro de nuevo a la chica.

Tiene ese aire definitivo
del caballo con la pata
fracturada.

Está rodeado de otros caballos
que perciben su imposibilidad
de caminar, pero al final
no pueden hacer nada.

Busco a la camarera y pido
la cuenta con una sonrisa.

La chica se cubre la cara
con las manos.

El brownie ha desaparecido
del plato.

Pago intentando deshacerme
del exceso de monedas.

Un jubilado entra y se sienta
cerca de la puerta del baño.

Cuando el caballo ya no puede
arrastrarse, los otros caballos
dejan de comer.

Y fingen dormir.

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