Digamos que sales

Digamos que sales de casa,
que te mudas de país y todos
están lejos.

Todos.

Hasta aquellos
que te caen mal.

Digamos que te vas,
pero no estás triste
ni sientes nostalgia.

Solo levantas el brazo
porque hay un pequeño
vacío que te habita bajo
el codo.

Un hueco visible dentro
de la cabeza, pero que nadie
conoce. Un lugar secreto.

Cuando hablas de casa sonries
y mueves el peso de los hombros.

Nada más.

El resto lo escribes.

Porque los poemas
nunca se equivocan.

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