Estamos en junio y no escribo nada decente
desde hace tres meses, salvo esos versos
sueltos sobre una polilla que no consigo
cerrar como es debido.
De todos modos, estoy contenta cuando bajo
a comprar el pan. Hace calor y me cuesta
doblar los dedos, disfruto caminando
deprisa por la alameda.
Cruzo sin mirar y el coche pasa tan cerca
que una ráfaga de aire me golpea.
Un señor reacciona y tira de mi
hacia el lado de los vivos.
Nos miramos. Una expresión de
reproche mal disimulada ocupa
por completo sus ojos.
Hoy va a ser un buen día.
Un buen final.
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