Cuando escribimos no nos purgamos.
Fingimos ver las maravillas del mundo:
aeroplanos en los pasillos del super,
abejas en los ojales de la camisa
o mentiras con canela para merendar.
Pero lo que realmente vemos es la sombra.
La invasión de los carnívoros:
una garganta azul sobre claveles,
perlas irregulares en los dientes,
golondrinas enfermas, horas sin espejo.
Por eso, cuando escribimos no nos purgamos.
Solo intentamos huir del halo de muerte
que ilumina este milagro.
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