Tensar los músculos, tomar impulso y correr,
correr, correr, correr hacia la masa de agua
para saltar de cabeza en el último momento,
estrellar el cuerpo contra la superficie plana
y hundirse rápido, confiado, como una flecha.
El objetivo no es otro que rozar con las yemas
el punto más hondo, la zona más profunda
con los ojos abiertos y borrosos al frío,
y apurar hasta el último aliento el impacto
antes de salir de nuevo limpio de aire y miedo.
Hacer esto sin vacilar, sin resistirse al líquido
y su extraño comportamiento, a las sombras
azules y verdes de las esquinas, a los posibles
animales de aletas suaves e incontables ventosas
es la clave para domar esos fantasmas que
son capaces de seguirte hasta los cuartos más húmedos.
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