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Pongamos que se rompe el espejo,
imaginemos que se arista más allá del marco
y el suelo se llena de montañas de cristal,
pequeños triángulos puntiagudos.

Que llaman al haz de luz que nos conecta,
a todas las partículas luminosas del espectro visible,
para descomponerlo en un arco multicolor
y concentrar en sus bordes esta ternura.

Pongamos que al romperse el espejo
ignoramos el regalo de la física
y nuestras miradas se crispan,
multiplicándose rabiosas
entre los fragmentos.

¿No sería un crimen
escoger la arista
frente al reflejo?

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