Impaciente. Jadeando.
No había andenes, ni lluvia.
Tampoco transeúntes curiosos.
No había andenes, ni lluvia.
Tampoco transeúntes curiosos.
No había relojes, ni atrasos.
Tampoco mensajes sin leer.
Cerré los ojos y te escuché.
Cerré los ojos y te escuché.
Sólo tú corrías.
Nadie más.
Sólo tú.
Con tus manos de trigo
maduro, un jersey.
Tal y como prometiste.
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