Minucias urbanas 1

Sentada en el asiento de copiloto no tengo derecho a hablar.
No sé conducir, ni me interesa aprender, así que me callo.

Cuando anoche tuvimos un accidente, o mejor dicho,
el "incidente" donde nos dimos un golpecito contra uno
de esos coches de última generación, extraños en su papel
fronterizo de monovolumen familiar y todoterreno,
me limité a cerrar la boca y observar en silencio el papeleo.

Ahora me conozco mejor y sé que soy más prudente que elocuente.
No sé si me quiero mover y usualmente me distraigo.
Me distraigo todo el tiempo, mejor pensado.
Y soy deliberadamente lenta si toca ponerse en marcha.

Pero aún así el pensamiento se produjo.
Apareció en mi mente: intentar juntar en un vehículo
conceptos como la familia y la aventura resulta
cuanto menos desconcertante. Conciliación.

Qué palabra tan extraña. Pero yo, callada.
Sonrío al propietario del vehículo implicado en nuestro
percance, que se limita a fruncir el ceño, y un placer
sutil se me despliega desde la garganta cuando abro
la mano y acaricio el tapizado levemente
apelmazado de mi asiento.

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