¿Quién me describirá cazando?

No me refiero al acto de la caza tradicional,
el de perseguir mamíferos de cuatro patas
a través de una espesura cualquiera.
Me refiero a ese momento íntimo
que adivinamos en el otro cuando ladea
la cabeza, o da un trago de más a la copa
de vino. Ese gesto de aguante.
A veces he sido capaz de observarlo en otros.
No siempre, no con todo el mundo.
Pero se me ha revelado con una claridad meridiana.
Es lo único que importa. La conexión.
Y quiero que alguien lo vea en mí.
Esa carrera hacia las bestias, hacia las
voces que aúllan dentro y que nunca
revelamos. Pero soy caprichosa:
quiero un espectador en los escasos
momentos de gloria. Cuando hago un sprint 
y consigo atrapar uno de los pensamientos
más peligrosos, esos que te destruyen por dentro.
Quiero que me espíe cuando la alimaña jadea
intuyendo su muerte, cuando le clavo el cuchillo.
Quiero un voyeur que se excite
con el olor de la sangre. Que respire
aturdido. Conmigo. En una intimidad
que nunca contaremos a nadie.

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