Los poemas japoneses hablan de garzas
y peonías. De tazas de té y caricias de seda.
Muy bien, es hermoso. Es tranquilo.
Como un dios de alabastro,
perfecto y lejano.
Pero.
Siempre hay un pero.
Pero.
Qué pasa con lo demás.
Con lo que palpita y tiene órganos.
Con ese perfecto gesto de aguante.
Con ese ceño fruncido bajo la farola.
Con ese apretar los nudillos.
Con borrar el mensaje sin enviar.
Con apurar el vaso.
Tú y yo somos lo mismo,
quizás un poco desbordados.
Quizás demasiado expansivos.
Intentamos mantenerlo sencillo.
Armónico. Como ondas de río.
Pero. Otra vez el pero.
En nuestro mundo
no hay dioses ni seda.
Hay palabras enormes
como diques que colapsan.
Agua que arrasa. Agua que mata.
El alabastro permanece inmóvil
y la ruta de las garzas no pasa por aquí.
No bebemos té y las peonías son lilas.
El lila es ambiguo. Eso no sirve.
Tú y yo somos lo mismo.
Veo saliva de gato y
pienso en tu lengua.
Lees a Plath y me
estiras del pelo.
Qué haremos con esto.
Está lejos del Haiku.
Pero. Pero.
Promete demasiado.
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