Si muero en esta tierra de nadie,
sin ser yo del todo ni tampoco
lo que creo que esperan.
Que no me repatrien,
que no me incineren.
Nada de suspiros
ni retención de llanto.
Si muero en esta tierra de nadie
donde la lechuza vuela bajo
y en silencio.
Que me abracen, que me aprieten
aunque esté fría y quepa
en la palma de sus manos.
Que aúllen y tiemblen cuando
se queden solos, como hago yo
con lo que me arranco de repente.
Sólo así florecerá lo posible
en un lugar de nadie,
donde la eternidad cabe en una hora
y nunca alcanza su forma definitiva.
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