Aquí no hay bosques.
Ni liebres, ni gamos.
No oímos los rifles.
Ni se cierran las trampas.
Pero observamos con cierta alarma
esa neblina densa que transita
entre cortinas y mesas de formica,
sobre tapetes y bombillas.
Una bruma quieta y extensa
que tal vez mañana,
calladamente,
nos dé caza.
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