Comes ante mí,
desmenuzando
huesecillos de perdiz,
la grasa rodeándote
la boca.
Y masticas,
y tragas,
y hablas.
Adoctrinándome.
Dándome lecciones
sobre cómo vivir,
como pensar
correctamente.
Y yo miro
la carne
que trituras.
Y cómo
ignoras
el temblor
de mis falanges,
el reptil
de ira
que lentamente
me invade.
Y te veo
sorber confiado.
Sin saber
que te vas a atragantar
con palabras
de miga hinchada,
y una melena
de salto violento
que sellará
con bofetadas
tu mandíbula.
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