Fe

En el acantilado hay mármol y un templo,
donde acuden las mujeres sin velo
y nadie espera entre los olivos.

Vigilan las golondrinas bajo el cielo
esa procesión de vestales alegres
llenas de togas y oro en los pies,
de cántaros llenos de vino y miel.

Pero planean como hojas los augurios
y los sacerdotes se frotan las manos,
esperando las ofrendas para el rayo
y un llanto por alguien perdido.

Es algo anciano, algo triste, eso de padecer
la furia de las estatuas y de todos esos seres
que fueron inventados para espantar
un brillo imperial que descansa

realmente

sobre nuestras cabezas.

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