Estábamos jugando con las muñecas
a la hora de la muerte junto al sol,
en aquel altillo de cañas y yeso,
cuando de repente me arañaste con rabia,
y quitándome la muñeca me llamaste tonta
por querer quitar los volantes de su ropa.
Y yo, yo, yo,
sonreí muda,
alargué la mano,
y te ofrecí todos los vestidos.
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