Bajo las escaleras y el tercer escalón cruje.
Siempre cede cuando me coloco sobre él,
la madera se curva ligeramente,
pero nunca pierde su aplomo.
Nunca termina de romperse del todo.
En cierto modo, me recuerda a mi propia cara.
Al gesto que adquiero cuando decides prestarme
atención, con los labios ligeramente adelantados
y un temblor de esfuerzo.
Esa no es mi expresión natural.
Pero no es algo que podamos controlar.
Ni el escalón ni yo. Se trata de una cuestión
de resistencia. De sostener la presión
a la que se nos somete casi sin querer,
sólo de vez en cuando.
De soportar a alguien
que aparentemente
está de paso.
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