La agarro con fuerza
y la luz viene a visitarme.
Un rayo sobre la ventana,
como un terrible quetzal.
Que quiere ver,
quiere saber.
Cómo la vida
va a ser reducida,
cómo será triturada.
Empuño la batidora
como quien sostiene
un ala desconocida,
arrebatada a esa ave
gigante y antigua.
Que observa mis dedos,
el gatillo brutal,
el metal doméstico.
No apuesta por mi.
Pero la batidora
ya está vibrando.
Cuchillas,
cuchillas,
cuchillas,
cuchillas.
Un filo impecable
que descuartiza
las horas y sus días.
Que lo reduce todo
a polvo desmembrado,
mezclándose con la luz
posada en la ventana.
Y hace huir
por fin
a ese pájaro maldito
que inyecta sombras
en mi cabeza.
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