*

Empuño la batidora.

La agarro con fuerza
y la luz viene a visitarme.
Un rayo sobre la ventana,
como un terrible quetzal.

Que quiere ver,
quiere saber.

Cómo la vida
va a ser reducida,
cómo será triturada.

Empuño la batidora
como quien sostiene
un ala desconocida,
arrebatada a esa ave
gigante y antigua.

Que observa mis dedos,
el gatillo brutal,
el metal doméstico.

Y no me ve capaz.
No apuesta por mi.
Pero la batidora
ya está vibrando.

Cuchillas,
      cuchillas,
          cuchillas,
               cuchillas.

Un filo impecable
que descuartiza
las horas y sus días.

Que lo reduce todo
a polvo desmembrado,
mezclándose con la luz
posada en la ventana.

Y hace huir

por fin

a ese pájaro maldito
que inyecta sombras
en mi cabeza.

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