*

No espero a nadie.
Ni al caballo negro.
Ni a las vestales altivas.

Cerraré como un estuche cada estrella
y activaré la alarma del porche.

No espero a nadie.
No quiero ver a nadie.
Mañana cambiaré cerraduras.

Y contaré las horas oscuras.
Que flotarán tras la puerta
como una procesión de fuegos fatuos.

Tal vez el alba se ilumine.
Y venga a verme mi madre.
Con pan caliente y un cuarzo rosa.

Entonces puede que le abra.
Es posible que quiera abrazarla.
Hacerle café y rozar pestillos.

Pero mientras tanto
vigilaré los pomos.

Respirando en la cocina.
Custodiando la entrada.

Sin esperar a nadie.

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