Me escondo y miro.
Esas manos potentes,
paseando tranquilas
entre estanterías y libros,
escogiendo con las yemas
los brotes más tiernos.
Juro que huele a musgo,
a nubes bajas y crines negras.
A habitaciones de campo abierto.
Y quiero murmurarte promesas
al oído, mientras las riendas
se tensan en mi mano.
Pero eres listo.
Y te alejas vigilando mi sombra
como un ser prefecto.
Un ejemplar salvaje.
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