Me llamaste mal nacida y yo enmudecí.
Porque atacaste de frente
y al mismo tiempo diste en el blanco.
Nací en pleno invierno y por cesárea,
gracias a las tres vueltas de cordón
que oprimían mi cuello,
que me impedían vivir.
Cuando por fin salí al exterior
el médico descubrió que no era varón.
Cosas de las ecografías de los ochenta:
demasiadas sombras en la entrepierna.
Cada aniversario mi padre recuerda
divertido la cara alucinada del doctor,
sus ojos como platos sobre la mascarilla blanca,
mirándolo mientras me sostenía en brazos.
¡Es una niña! dijo a modo de disculpa.
No pasa nada, contestó mi progenitor
sin poder reprimir las carcajadas.
No pasa nada.
Así que aunque mi alumbramiento
no se desarrolló según lo previsto,
aparentemente todo está bien.
Pero claro.
Tu no sabías esto
cuando me insultaste.
Así que lo siento mucho,
pero tendrás que pensar rápido.
Porque la próxima vez que nos veamos
voy a pedirte explicaciones.
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