Actualidad histórica

En la tumba 23 del sector D del cementerio de Valencia, una mañana de invierno se derrumbó parte de la cubierta del viejo panteón familiar de los Puchalt. El tejado rompió con su caída la losa perteneciente a la señora Natalia Puchalt (1885- 1937), enterrada junto a su marido. La apertura de la tumba despertó a la difunta, que se incorporó lentamente, mirado alrededor con curiosidad. Por causas desconocidas su marido no resucitó.

Debido al estruendo provocado por el inesperado derrumbamiento, las pocas personas que se encontraban allí acudieron rápidamente. Al llegar vieron a Natalia sacudiéndose el polvo del vestido con gran parsimonia. El enterrador se preocupó por su salud:

- ¿Se encuentra usted bien? ¿Necesita alguna cosa?
- Estoy bien, gracias. En cuanto me asee un poco estaré perfectamente
- Qué sorpresa verla despierta - dijo una ancianita que había ido a visitar la tumba de su hermana- usted debe ser de la quinta de mis padres... no veía un vestido como esos desde mi infancia.
- ¿En qué año estamos, si me permite la pregunta?
- En diciembre de 2015 señora - respondió el enterrador alargándole un pañuelo
- Vaya, realmente ha pasado mucho tiempo -dijo la resucitada mientras se limpiaba los restos de tierra con el pañuelo
- Pues si... viendo la inscripción de su tumba usted falleció durante la guerra, si me permite señalarlo -dijo la ancianita con una sonrisa
- ¿La vivió usted, conoció la guerra? - dijo la señora Natalia con viva curiosidad
- No... apenas era una niña. No recuerdo muchas cosas de aquel entonces, tenía unos cuatro o cinco años - respondió a modo de disculpa
- Pues fue una época realmente difícil, créame. Por desgracia yo me puse muy enferma durante el segundo año de conflicto, por unas fiebres tifoideas. Muy mal asunto. Finalmente no pude con ellas, como habrán deducido. Sin embargo, no había un solo día que no le rezara a Nuestra Señora de los Desamparados por el triunfo de nuestro salvador el General Franco, incluso cuando ya no podía ni levantarme de la cama, el párroco Don Justo veía a visitarme y rezábamos juntos el rosario. Díganme ¿conseguimos la victoria? -preguntó muy interesada

La ancianita y el enterrador se miraron significativamente.

- Si. Ganaron. Franco estuvo en el poder más de cuarenta años -respondió secamente el enterrador
- Desde que murió en el año 75 tenemos democracia. Pero no se asuste, nada radical. Todo muy ordenadito - dijo la anciana
- Ahora gobierna el partido de la derecha. Precisamente dentro de unos días son las elecciones - continuó el enterrador, que ahora miraba a la tal Natalia con recelo
- ¿Si? ¿Y cuáles son las novedades? ¿Qué ha sucedido de especial en el país durante este tiempo? - preguntó la ex muerta mientras se sentaba al borde de la tumba. Tenía ganas de conversar, saber un poco más del mundo en el que había resucitado.

Aquí la conversación se estancó un poco. El enterrador se miró la punta de los zapatos, pensando qué responder. La ancianita reflexionó durante unos instantes:

- Pues... ahora hay muchos coches en la calle, y en cada casa hay una televisión. Es como la radio, pero puedes ver al mismo tiempo las imágenes de aquello que oyes. A mi me encanta ver las novelas a mediodía. Y el noticiario. 
- También hay una cosa que se llama internet. Es como una gran biblioteca de información donde puedes consultar cualquier cosa desde casa. Es muy cómodo.
- Ya veo -respondió la señora Natalia- Pero ¿Ha habido algún acontecimiento realmente impactante?
- ¿Qué quiere decir? -preguntó la anciantita
- No sé... algún alzamiento político, algún milagro de Nuestro Señor digno de ser recordado. Algo que quede haya impactado a las generaciones de este tiempo... como lo fue la pérdida de Cuba para mi abuela, por ejemplo -concretó doña Natalia
- Ah... ya entiendo -dijo el enterrador- Pues no sé. Creo que no. Nada realmente serio.
-Oh no, nada importante. Está todo muy tranquilo, como le he dicho -sonrió la anciana.
- Entiendo -dijo reflexiva 

La resucitada miró hacia el fondo de la tumba, sobre la cual no se había cerrado la tierra. Esperó educadamente un rato más, pero viendo que ni a la ancianita ni al enterrador se le ocurría nada interesante que añadir, se despidió:

- Bueno, pues hasta la vista. Muchas gracias por su compañía. Espero que cuando les llegue el momento tengan un buen descanso - y descendió al hueco.

El enterrador en un impulso caballeroso le ofreció la mano, para evitar que resbalara en el barro.

-Que le vaya bien - dijo hablando al fondo de la fosa.
- ¿Cómo es eso? ¿Se ha metido de nuevo en la tumba? - preguntó la ancianita.
- Si se ha metido, sí - meneó la cabeza el enterrador- y eso que ahora las cosas están mucho mejor.

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