Mientras esperábamos a los bárbaros supimos que los augurios fallarían, y que las lombrices no tardarían en delatarnos. Con luz blanca entre los dedos intuimos que no sería suficiente; los salvajes nos degollarían sin mirar el laurel, ni el vino dulce cosechado por esclavos.
El cielo presiona nuestro vestido, mientras levantamos las manos llenos de temor. Pero nos cogen del cuello, tiran de nosotros hacia la sombra y nos arrancan de cuajo las alas. Los bárbaros han llegado y arrasan hasta el hueso, mastican la carne.
No sabíamos que las vísceras dolían tanto.
No levantamos los tobillos, ni miramos fuera de la tapia y ahora es demasiado tarde. Porque el mundo arde: también nuestro porche de suave arcilla, cada animal amado. Y nos vemos morir el uno junto al otro reducidos a cenizas, a polvo gris.
Mientras un hombre cruel baila sobre todo lo sagrado.
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