Soy de nuevo un animal

El descampado es enorme, un desierto de conglomerado gris. Sólo hay coches aparcados y varios contenedores de basura. Lo cruzo a paso rápido con el carro de la compra, en diagonal, mientras escucho mis propios pasos crujir sobre sus grietas. Sobre la nada. Entonces miro hacia arriba, donde el amable manto del azul cielo se mantiene inalterable, y recuerdo que es un efecto óptico, un engaño que nos regala la luz solar. Parpadeo. La realidad no es esta. Lo cierto es que estamos a la intemperie y miles de estrellas nos vigilan. 

Estiro la mano hacia el vacío, como si pudiera coger el cielo y arrancarlo de un tirón. Una señora me mira con curiosidad desde su ventana, pero no me importa. Hoy soy un enorme abejorro, o un zorro extraviado, sin ropa ni conciencia. Soy de nuevo un animal, pienso. Y sonrío. Me gusta la idea.

Sin esta lucidez podría tumbarme sobre el asfalto, masticarme a mi misma bajo el sol como hacen los gatos, por ejemplo. Podría lanzar el carro hacia los contenedores y huir sin rumbo de este caos. Suspiro. Cierro los ojos con fuerza, no dejo de caminar ni un sólo instante. No. En realidad soy como los demás, como todos. Por eso sigo empujando las ruedas del carrito, otro día más, mientras intento olvidar este último arrebato.

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