Caminando por la acera veo una abeja a mis pies.
Está boca arriba y se mueve frenéticamente.
Me detengo.
Intento ayudarla con una ramita.
Quiero que se agarre a ella,
darle la vuelta para que pueda volar.
Pero no lo consigo.
Se retuerce sin parar mientras
con las patas delanteras abraza su cuerpo.
Parece estar sufriendo, no comprende qué sucede.
Con dolor en el pecho acerco la cara al suelo.
De pronto lo entiendo:
se ha pinchado con su propio aguijón.
Trago saliva.
Con su propio aguijón.
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