Esmeralda, Saskia, Malena

A veces me da por imaginarme
que tengo otra vida.

Es algo que hago cuando hay
algún contratiempo,
un fallo de cálculo,
una mala noticia.

Imagino que me llamo Esmeralda, o
Saskia, o Malena. Y que mi vida se
parece a una telenovela brasileña,
colombiana, española. Son todas iguales.

En esa vida soy hermosa, tan atractiva que hasta
produzco cierto rechazo, cierta reserva
en quienes me rodean. Como si no fuera
de fiar por tener un rostro de
proporciones áureas. Me gusta ese poder.

Siendo Esmeralda, Saskia, Malena, el mundo
se arrodilla a mis pies, pero tomo
decisiones equivocadas. Porque en esa realidad
paralela las mujeres hermosas
escogen al hombre equivocado, al guapo, al
pobre, al cabrón, al amor verdadero.

Todas sabemos que eso es poco probable.
Las mujeres absurdamente hermosas
que conocemos saben muy bien qué les conviene.
Escogen lo correcto simplemente porque pueden.
Porque deben.

Pero siendo Esmeralda, Saskia, Malena, el sentido
común no tiene cabida y me precipito a un amor
imposible, prohibido, truncado y definitivamente
autodestructivo. En él me adoran y me zarandean
a partes iguales. En él me besan los pies y me dejan
tirada en el restaurante más caro de la ciudad.
En él me regalan vestidos de alta costura y me
hacen salir del coche en mitad de la autopista.

Es interesante ser Esmeralda, Saskia, Malena.
Ser dueña de un destino fatal, disfrutarlo al máximo
y no dar explicaciones a nadie. Recibir exactamente
lo que merezco. Ni más, ni menos.

Nada que ver con todo esto.

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