Esa mujer incómoda
que te busca por la noche
cuando miras el cómputo
de muertos en tu teléfono.
Un fantoche en llamas
en el jardín de tu condominio,
en el jardín de tu condominio,
gritando frente a la puerta
de tus vecinos.
Tan dramática.
Tan absurda.
Que ruega por la luz mística
mientras su sombra arde
con alcohol-gel bajo las uñas.
Porque sigues vivo,
aunque la culpa te pese.
Sigues vivo.
Y te gustan las locas.
Las que no hablan de
virus, ni de máscaras,
ni de horarios.
Te gustan las brujas.
Que aúllan y
lamen el caviar de la
vajilla con la lengua.
Y recuerdan cómo era
la carne antes del último
Carnaval. Ese que vivimos
sin saber que sería el último.
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