El limón reposa en el mármol.
Perfecto en su amarillo.
Lo simple hecho fruta.
Aspiro a algo así con el otro.
Redondo, silencioso y potente
en su color externo.
Ácido y difícil en lo interno.
El limón descansa a mi lado.
Espera en la cocina.
Espera en mi mano.
Espera que lo corte.
Y yo dudo.
Frunzo el labio,
recordando que también
es agrio en su capa blanquecina.
Pero qué aburrido todo
cuando un limón recuerda más
a un sorbete que a un fruta...
Quiero abrirlo,
pero no me decido.
El limón sigue entero.
Seguramente lo devuelva al frutero.
Seguramente escoja otra fruta.
Una manzana, una pera.
Y me pierda lo mejor,
como siempre.
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