Suaves semillas
de un árbol serio,
que crece lento,
que hace nudos
y plata en sus
hojas.
Un capazo de olivas
sin prensar ni aliñar.
Olivas crudas,
verdes y lisas.
Algo silencioso
y soleado.
Arcilla y golondrinas
rodeando la cesta
de mimbre.
Olor a alcoba.
Olor a sudor.
A sal y aire.
Olivas crudas,
duras y solemnes.
Abrir la mano
y tocarlas con
las yemas,
acariciar la
ligera curvatura
de su forma.
Eso era mi casa.
Eso era mi infancia.
Un fruto que
se perdió tras
la cosecha.
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