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Dios no ayuda.
Ni estira la luz.
Ignora la exuberancia vegetal,
el despertar de las cordilleras.

Ciego y sordo bajo tierra,
vive ajeno a las cataplasmas
que demandan nuestros párpados.

Dios no ayuda.
Pero poco importa.
Porque al alzar la vista, las nubes
crujen en formas agrupadas.

Y el Universo se expande
sin que nuestra carga lo detenga.

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