Eres codicioso
como los ídolos de junco
que nadan sobre el Ganges.
O las criaturas sin branquias
que perfilan el lodo siniestro.
Vienes a buscarme
con ofrendas en la mano
como si fuera algo inevitable.
Designios de una divinidad oculta
que observa en su templete flotante.
Eres ambicioso
y crees que soy una estatua
abierta a voluntades ajenas,
a oraciones temerosas
o a densos rosarios colgantes.
Pero mi carne no se alimenta
de cuencos de arroz
ni de rodillas abrazadas.
Porque yo solo quiero
carne todavía viva.
Es la sangre y el hueso
lo que hace que te mire
y quiera tenderte la mano.
Lo que te ilumina y hace
que baje a besarte los pies.
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