Bajó a la cocina. Era el primero en despertarse y la mañana de invierno se extendía crujiente sobre todas las cosas. Una luz fría descansaba en la repisa. Al sentarse a la mesa, un sentimiento de nostalgia se apoderó de él. Una tristeza ligera, como si hubiera perdido alguna cosa. El café parecía que se preparaba solo, llenándose de leche y azúcar mientras cerraba los ojos y volvía a ver la noche anterior. Una colección de imágenes discurrían inconexas ante sus ojos. Las sábanas arrugadas. Un pie pequeñito y su brazo suave. Esa voz de criatura voluptuosa, con un timbre ligeramente ronco. Sus propias manos cerrándose en torno a aquella melena castaña. Rozando unos labios generosos y alegres. Al dar el primer sorbo de café ya había comprendido que era una de esas mujeres que se conocen mejor de cerca. Sin membranas ni ropa. Y sin embargo no era capaz de ahuyentar aquella sensación de vacío.
La oyó bajar rápidamente por la escalera. Apareció ante él vestida y peinada. Arreglada para salir. El maquillaje perfecto, como una máscara nueva, al igual que su sonrisa conciliadora: "Perdona que no me quede a desayunar, llego tarde al trabajo. Te llamo luego ¿vale?" Cruzó la cocina y se detuvo un segundo para depositar un beso fugaz sobre su cabeza. Una punzada de pena lo atravesó como un relámpago. Dos segundos más tarde la puerta de la calle se cerraba tras ella. Y volvió a quedarse solo, pensando confundido dónde estaba la mujer que durmió con él la noche anterior. Si valía la pena esperarla o terminarse el café para ir a la ducha.
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