Nunca volveré a tocar un hombre hermoso.
Esos cuerpos que atesoro son amores pálidos,
les arrojo mis vísceras aullando de dolor.
Pero ellos no se alteran: sólo me ven amable,
cuentan los copos de nieve,
los nidos de alondra en el tejado
mientras arde el espino en el porche y danzo
histérica con un bidón de queroseno en las manos.
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