Podríamos haber testificado.
Y reconocer que nos estrangulamos salvajemente
bajo toneladas de escombros, de tortugas muertas.
Hablar de cómo azuzamos la jauría del rencor,
entrando en sus catacumbas de uñas rizadas.
Pero no lo hicimos.
Y fue lo correcto:
el arrepentimiento
es el peor antídoto
para la pasión.
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