Doña J.

Mi abuela almidona las servilletas.
Las obliga a una rigidez constante,
como a muchas otras cosas.
Su casa es un pasillo en penumbra
forrado con cristalería de bohemia.
Y nos enseña a distinguir un buen
paño de lino, una joya hermosa.
Pero no hay caramelos, ni abrazos,
ni cachetes cariñosos en la mejilla.
Mi abuela busca las pupilas,
mira de frente cuando te sermonea.
"No eres especial, nada es diferente".
Y lo dice con voz sicera.
Mi abuela es una mujer sabia.
Ahora lo sé.

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