Delante del abismo.
Quitarse la ropa, dejarse prendas ligeras.
Darse palmadas suaves en las mejillas.
Abrir los pulmones y retener el aire.
No asomarse, no mirar hacia abajo.
Ignorar el mordisco del miedo.
Olvidar su marca en el tobillo.
Relajar las extremidades.
Tensar la mandíbula.
Tomar impulso.
Y saltar.
Hundirse.
No respirar.
Retener el oxígeno.
Dejar que el fondo nos trague.
Volcarnos confiados en el frío.
Acallar los pensamientos amargos.
Las voces del peligro, el horror a la asfixia.
Escuchar atentamente la nada, la presión en el tímpano.
Entonces abrir los ojos, confiar en el agua. Y lentamente, flotar.
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