"Es verdad que nunca he ayudado al sol
a salir materialmente, pero, sin duda,
era de suma importancia estar allí".
Henry David Thoreau (Walden, 1854)
Voy a ser sincera, por una vez. Íbamos dentro del coche, dentro de aquel cubículo alquilado, conduciendo por el oeste de Alemania. Yo no sé conducir, nunca he aprendido a hacerlo, como tampoco he desentrañado otros misterios mucho más inaccesibles; como porqué hay animales extraviados que son capaces de encontrar el camino a casa aunque se encuentren a decenas de kilómetros. O porqué algunos moribundos, antes de exhalar su último suspiro, tienen unos momentos de absoluta lucidez.
Pero me estoy alejando de lo que me gustaría contar. El caso es que mi jefa me recogió en el aeropuerto de Dusseldorf y volvíamos juntas hacia su casa. Iba a pasar tres semanas allí, ayudándola a decorarla. Bueno, eso de "ayudar" es un eufemismo, porque lo cierto es que me disponía a pintar una granja yo sola, de cabo a rabo, ahora que era completamente suya tras la muerte de su madre. Me pagaría 400€, además del billete de ida y vuelta y los gastos de manutención (comida, etc.) que se generaran durante mi estancia. Muy generosa. En fin, no es eso lo que quiero que quede claro. Las relaciones hispano-germanas son un asunto aparte. Vuelvo al coche: resulta que conducíamos hacia la granja, llovía y la carretera estaba llena de trailers. Un bosque compacto delimitaba ambos lados del asfalto. Tenía un color verde oscuro, era precioso. Pensé que aquel lugar podría ser el que se llamara Selva Negra, y no la zona sur de Alemania, tan amable, con sus casitas de madera y sus campos de flores. Era aquel bosque de abetos, sobrio y recto, el que se ajustaba mejor al sugerente nombre de Selva Negra.
Me distraigo sin parar, lo siento. Mi jefa iba contándome detalles del trabajo, qué esperaba de mí y como quería que fuera nuestra comunicación. He de confesar que había simplificado mucho su inglés al ver que, aunque por mi parte ponía mucho entusiasmo, estaba muy lejos de dominar aquella lengua. Yo miraba al frente, sonreía amablemente, y de vez en cuando respondía lo que creía que ella quería escuchar. Estaba concentrada en dar una imagen desenvuelta, decidida, aunque lo cierto es que nunca había estado en Alemania, y que el frío que hacía al otro lado del cristal me parecía sencillamente demasiado.
Ella conducía rápido, hablando y sonriendo, cuando cruzamos un puente. Debajo discurría un río que, como pude ver al mirar hacia abajo, era de un color azul oscuro, casi negro. Grandes masas de agua se desplazaban velozmente entre dos orillas, cubiertas de hierba (una hierba siempre mucho más verde que la que crece en casa). Pero ese es el escenario, lo que rodea lo importante. No me distraigo más. Lo increíble, lo absolutamente inesperado es que, en medio de aquella corriente, un cisne negro flotaba confiado. Un hermoso cisne negro, un ejemplar grande y brillante, nadaba tranquilamente en medio del frío. Tenía el cuello en forma de "s", las alas recogidas con un gesto breve y los ojos fijos en el agua. Su plumaje parecía una película compacta, con decenas de plumas prietas y limpias, ordenadas y esponjosas. Y el río rugía temible a su alrededor, la corriente amenazaba con engullirlo, pero el animal flotaba confiando en su destreza, nadando con eficacia entre los remolinos turbios.
Me quedé paralizada. No lo esperaba: era una imagen devastadora, perfecta en su sencillez. En los ocho o nueve segundos que tardamos en cruzar aquel río, una de las caras de la belleza golpeó mi ventanilla sin avisar. Ninguna señal, ningún detalle previo me habían preparado para ello. No me lo podía creer. Aquí llega el meollo del asunto. Nada más perder de vista al cisne me giré hacia la conductora, todo mi cuerpo proyectado hacia ella, con los ojos como platos y una sonrisa incrédula en mi boca:
- Did you see that?!?!? -le pregunté casi gritando.
- If I saw... What?
- The river... that... sorry, I don´t know the word in english... cisne?
- Sorry... cisne?
- Yes, It´s a kind of duck, but more big, with a long neck...
- Aaaah! A SWAN!!! -dijo con una sonrisa de triunfo-. Did you see a swan in the river?
- Yes! -el entusiasmo que me había provocado seguía intacto-. A wonderful swan swiming in the middle of the river!!!
Su cara se congeló en una mueca de sorpresa, una sonrisa que parecía calibrar el grado de estupidez al que estaba llegando nuestra conversación.
- But we have a lof of swans here, they´re everywhere...
Fue como si me hubieran dado una bofetada. Mi rostro se transformó en una disculpa.
- Oh! I see... sorry, to me seeing a swan animal is something amazing...
- Hahahahaha! Don´t worry, I understand!
Solo conseguí estirar los labios en un simulacro de sonrisa. Mi nueva jefa hablaba ilusionada:
- You´re veeery funny. We will have a great time together! You'll see!
No respondí nada, volví a mirar al frente sin dejar de mantener aquella expresión impostada. Debería haber olvidado la anécdota y seguir atenta al presente, a la carretera, al viaje hacia mi nuevo trabajo. Sin embargo, esta es la confesión, no me sentía bien. Y no era por la diferencia cultural, por desconocer la fauna local o por mis dificultades con el inglés. Tampoco por estar en medio de incontables montañas que ni siquiera era capaz de ubicar en el mapa. Algo no iba bien, estaba triste. No podía evitar notar que estaba fuera de lugar. Como quien señala las nubes y el resto le quita importancia porque, ya sabes, las nubes están siempre ahí.
De camino hacia mi nuevo trabajo, adquirí plena conciencia de lo inadecuado de mi reacción. Al parecer tampoco era para tanto, sólo era un cisne nadando. Nada más. Y aquello me producía malestar, porque ¿Seguro que era sólo eso? ¿Un cisne y nada más?. La certeza de conocer la respuesta, la claridad de esa voz dentro de mi cabeza: "No; aquel cisne era más, mucho más" me acompaña desde entonces.
De camino hacia mi nuevo trabajo, adquirí plena conciencia de lo inadecuado de mi reacción. Al parecer tampoco era para tanto, sólo era un cisne nadando. Nada más. Y aquello me producía malestar, porque ¿Seguro que era sólo eso? ¿Un cisne y nada más?. La certeza de conocer la respuesta, la claridad de esa voz dentro de mi cabeza: "No; aquel cisne era más, mucho más" me acompaña desde entonces.
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