Nathaniel Hawthorne describe a Henry David Thoreau tras conocerlo el verano de 1842:
"Desde hace dos años ha repudiado toda manera regular de ganarse la vida y parece inclinado a llevar una especie de vida india entre los hombres civilizados, una vida india en lo que respecta a la ausencia de todo esfuerzo sistemático por mantenerse"
¿Qué significa África, qué Occidente?
¿No está nuestro interior en blanco en el mapa?
Henry David Thoreau (Walden, 1854)
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- No puedo comprender porqué no sales.
- No es que no quiera salir, es que necesito sentarme para hacer lo que debo hacer.
- ¿Lo que debes?
- Bueno, lo que quiero hacer.
- ¡Aaaaaah!, lo que quieres hacer... ¡Ojalá fuera tan sencillo!
- Ya estamos. Siempre igual.
- ¡Claro que siempre igual! ¡Claro que sí! Todo el día mirando al vacío, sosteniendo un lápiz o una taza de café. Esto no es vida, debes plantearte qué vas a hacer con ella, ¡no durará para siempre!
- ¡Ya estoy haciendo algo con ella! ¡Es precisamente eso lo que voy a hacer! Deber y desear son lo mismo ahora y por primera vez en toda mi existencia. He de continuar.
- Pero todo el día ahí, escribiendo historias o poemas... sola tanto tiempo. No sé, yo me volvería loca.
La miré con calma mientras apagaba el cigarro. Entendí que había sacado el tema porque quería hablar de él. No era una conversación casual, posiblemente hacía tiempo que le daba vueltas en la cabeza. Me preparé mentalmente para justificarme una vez más.
- La soledad es igual que la compañía. No se diferencian lo más mínimo la una de la otra, sólo se complementan. Es la valoración de cada una lo que nos condiciona. Al parecer, estar solo mucho tiempo es algo pernicioso, sin embargo, estar siempre acompañado no se considera perjudicial para el individuo. Aunque eso no le permita escuchar su propia voz, estar consigo mismo.
- ¿Escuchar su propia voz? ¿Y qué pasa con el resto de cosas, con lo que está más allá?
- Yo... no sé explicarlo bien... pero es como una corazonada. Una intuición: debo asomarme al abismo. Sólo así podré comprender. Sólo de ese modo podré entrar en el mundo.
- ¿Pero te estás oyendo? ¿Asomarte al abismo? ¿Qué abismo? Me estás empezando a preocupar. Te lo recuerdo, por si se te ha olvidado: un precipicio es algo peligroso, sea del tipo que sea.
- Cierto. Pero todo acto creativo no es otra cosa que asomarse a uno mismo. Acercarse paulatinamente al borde y mirar. Quiero ver lo que hay al otro lado, observar atentamente. Enfrentarme a todo lo que por fin se muestra. A fin de cuentas, eso también forma parte de mi, aunque permanezca oculto casi todo el tiempo. Y estar sentada buscando es lo que quiero hacer, lo único que necesito. ¿Lo entiendes ahora?
- No. No te sigo, la verdad.
Una mosca se posó en el borde de mi taza. La espanté con un gesto breve mientras buscaba las palabras exactas, algo que me ayudara a llegar hasta mi querida prima.
- No pasa nada. Si te sirve de consuelo, yo tampoco puedo comprender muchas cosas. Por ejemplo, porqué estar ahí escribiendo, o salir a pasear por el bosque se considera una pérdida de tiempo. Y sin embargo, despertarse e ir a producir (cualquier cosa: ir a embalar naranjas, atender un teléfono, hacer presupuestos, teclear datos para otros en un ordenador o especular sobre el precio de la madera de esos árboles que completan la visión del paseante) sí que se considera algo de provecho. Pero luego... la gente lee los libros que alguien ha escrito sin ir a ningún sitio, o utiliza su tiempo libre para hacer senderismo por el bosque. No, yo tampoco lo entiendo.
- Eres una idealista, o una boba. Vives en los Mundos de Yupi. ¡No hay nada que entender! Necesitamos dinero, no podemos vivir del aire. Por eso hay que salir ahí a dejarse la piel. Por eso y por nada más.
- ¿Si? Bueno, tal vez. Respeto la lucha por la supervivencia, es uno de los pilares de nuestra existencia, y nos dignifica. Pero la supervivencia no se resume sólo en conseguir dinero, en pasarlo mal por ello. Por supuesto, sé que lo necesitamos para sobrevivir. Pero lo único que realmente tenemos, lo único que es nuestro, es el tiempo, y este se acaba. No podemos decidir ni siquiera cuando. Nacemos sin dinero, morimos sin dinero. Sólo podemos ser dueños del aire y de nuestro esfuerzo, hasta que un día todo termina. Y ya está, fundido en negro. Por eso hay que priorizar... creo yo.
- Pensar en la vida como una cuenta atrás es algo morboso, ¿no te parece?. No es sano tener la muerte tan presente. ¡Es más inteligente tener una actitud vitalista, luchadora!
- Y la tengo, créeme. Aunque me veas aquí sentada, vivo intensamente. Tengo fe. Y peleo a mi manera, tal vez de forma más consciente que otros... aunque esto último es solo una suposición. Bueno, resumiendo: soy feliz así.
También el cigarro de mi prima estaba a punto de consumirse por completo. Estiró el brazo para apagarlo contra el cenicero y aprovechó ese movimiento para girar la cabeza y mirarme con ternura, con una sonrisa cansada.
- Ahora sí que no entiendo nada. ¡Menuda rayada! En fin, me rindo, haz lo que quieras.
Se recostó de nuevo en su butaca con los ojos entornados. Por un momento guardamos silencio. Sonrió ligeramente antes de continuar:
- ¿Sabes a quien me recuerdas? A mi vecino, un personaje del pueblo. Vivía al lado de casa de mis padres, con un perrito. No era mayor, quiero decir que no estaba jubilado, era demasiado joven todavía. Sin embargo, tampoco tenía trabajo. Bueno, la verdad es que no lo sé; seguramente no tenía uno, porque no iba a ningún sitio por las mañanas. Sobre las diez o las once sacaba una sillita a la calle y se sentaba. Se pasaba horas mirando la vida pasar: acariciaba a su perro, hablaba con las vecinas que volvían del mercado, chutaba una pelota que había llegado botando desde la plaza, donde unos niños jugaban... Mi padre decía que era buena persona, que era autentico, muy inteligente; aunque la gente del pueblo dijera que era un vago. No sé de qué vivía, es un misterio.
Se recostó de nuevo en su butaca con los ojos entornados. Por un momento guardamos silencio. Sonrió ligeramente antes de continuar:
- ¿Sabes a quien me recuerdas? A mi vecino, un personaje del pueblo. Vivía al lado de casa de mis padres, con un perrito. No era mayor, quiero decir que no estaba jubilado, era demasiado joven todavía. Sin embargo, tampoco tenía trabajo. Bueno, la verdad es que no lo sé; seguramente no tenía uno, porque no iba a ningún sitio por las mañanas. Sobre las diez o las once sacaba una sillita a la calle y se sentaba. Se pasaba horas mirando la vida pasar: acariciaba a su perro, hablaba con las vecinas que volvían del mercado, chutaba una pelota que había llegado botando desde la plaza, donde unos niños jugaban... Mi padre decía que era buena persona, que era autentico, muy inteligente; aunque la gente del pueblo dijera que era un vago. No sé de qué vivía, es un misterio.
- ¿Qué pasó con él?
- Ni idea. Si no ha muerto, seguramente seguirá sentado en su silla. O eso quiero pensar. Pero bueno, lo que te quería decir con todo esto es que mi vecino nunca molestó a nadie. Que hagas lo que quieras con tu vida, aunque me parezca una chorrada, o una pérdida de tiempo. Total... no haces daño a nadie.
- Muchas gracias. Eso haré.
Levanté ligeramente la taza a modo de brindis. Mi prima hizo lo mismo con la suya y ambas bebimos nuestro último trago de café. Al coger el mechero para fumarme el segundo cigarro de la mañana, de pronto recordé algo:
- ¿Sabes que Clara está embarazada?
Su cara de asombro era maravillosa, como una máscara alegre. Nos echamos a reír y recordamos aquel callejón, muchos años atrás, donde las tres juntas jugamos "a papás y mamás" durante todo el verano. Clara era nuestra madre, casi siempre representaba ese papel. Lo que más le gustaba era empujar el carro abandonado de Pryca, llevarnos dentro a mi prima y a mí de un lado a otro, mientras nos regañaba o nos daba abrazos. En cambio nosotras nos limitábamos a dejar que nos cuidara, fingiendo ser unos bebés llorones que pedían a gritos su chupete invisible.
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