Tenemos la misma enfermedad.
Que nos hace vomitar alabastro por los ojos;
a veces mirar es insoportable.
Aparece una fiebre negra.
El mar nos canta en el cerebro, llenándolo
de agua pulverizada y colas de pescado.
Y cuando la obscenidad resulta excesiva,
la palidez en las mejillas se llena de venas azules.
Entonces nos rodean acantilados llenos de espuma
o albatros furiosos que nos picotean el cráneo.
Y tiran de nosotros hacia el vacío,
hacia la hermosa oscuridad de lo desconocido.
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