Bebemos cerveza y café en la terraza del parque.
Ya quema el sol, los gorriones siguen marrones.
Varias ancianas empujan sus carros de la compra.
De pronto te miro de reojo, casi sin querer hacerlo.
Veo que respiras despacio, o miras la tarde
como si fuera papel de regalo sin rasgar.
Pero la calma dura apenas unos minutos,
la vecina nos ha visto, se acerca emocionada:
el señor Pererira a tenido un ataque fulminante.
Guiño los ojos. Me molesta el entusiasmo de su voz.
Ella continúa: hay una ambulancia en el portal
y la calle está llena de curiosos, como siempre.
¿Qué podría ser más agradable que hablar de conocidos que agonizan?
La vecina continúa su explicación con boca esponjosa.
Es más joven que nosotros, todavía no tiene miedo.
Por eso le sonríes mientras asientes pacientemente.
Quieres ser amable, que no intuya la amenaza.
Sinceramente, no veo porqué. Ella ha sacado
el tema. Así que carraspeo e interrumpo:
nosotros también vamos a agonizar un día de estos.
Ambos me miráis. Tú con una expresión divertida,
ella confusa, con cara de no entender. Nadie responde.
Tras el silencio se despide, alejándose rápidamente.
El aire cálido vuelve, estiramos las piernas con placer
y esperamos que gire la esquina para romper a reír.
Entonces bebes un trago de cerveza y sentencias:
así no vas a hacer amigos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por comentar :)