Reflexiones sobre la Resistencia alrededor de un helecho

La planta del alféizar tiene las hojas pegadas al tronco. Tal vez sea por el frío nocturno, o por la lluvia de los últimos días. El verde ha dejado paso a unas pequeñas manchas ovaladas en las puntas, como pequeñas gotas de tristeza o lágrimas de menta seca. 

La planta no se queja, ni tampoco pide ayuda. Simplemente se mantiene recta. Pero yo la espío, la observo disimuladamente desde el interior cálido de mi salón. No sé porqué, pero intuyo que aunque disimule, aunque parezca estar muy lejos de su maceta e incluso estar muerta, sigue luchando. Está resistiendo. Y bombea salvia, clorofila y líquidos misteriosos porque quiere vivir, porque le gustaría continuar.

Lo hace en silencio, con elegancia. Con una dignidad estática que yo nunca tendré. La planta es un ser admirable, un ejemplo cotidiano de estoicismo. Pero como todos, necesita ayuda de vez en cuando. La supervivencia no depende sólo de la voluntad. Por desgracia, no depende únicamente de saber resistir. 

Así que abro la ventana, la cojo y vacío el exceso de agua de su maceta. Le limpio las hojas, quito los tallos muertos, podo cada brazo muerto. Y la devuelvo donde estaba, para que siga con sus asuntos. No sé si se ha dado cuenta de lo sucedido. No importa demasiado: en eso nos parecemos. Yo tampoco soy consciente de todo el apoyo que me brindan.

Especialmente cuando estoy con el agua al cuello. 

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