9:37 a.m.

Silencio absoluto en la oficina.
Teclados, camisas, un olor a plástico
que se intensifica con el calor.

Nadie respira, pero todos están atentos.

Cojo palabras de un idioma y
las transformo en otro parecido.

De pronto, noto presión en la mejilla.
Un suave roce de membranas.

Miro hacia arriba, donde viven
los fluorescentes y el aire acondicionado.

Y veo una medusa, que flota despacio
expandiendo el blanco y un rosa suave.

Algo tremendo. Insólito.
Miro a mi alrededor. Nada.

Al parecer es invisible para el resto.

Entonces me recuesto en la silla,
asumo el sabor oxidado que tiene
la soledad, o el aislamiento de los raros.

Cierro los ojos y converso con ella:

"La luz que nos rodea es un escudo
cada vez más leve, ¿ya no atacas,
ni produces veneno?

Por favor, dame esa alegría suprema"

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