La pelota pasó por encima del seto mientras Dama la perseguía, emocionada ante la perspectiva de que su juguete favorito hubiera desaparecido inexplicablemente. Dió un salto y superó los arbustos sin ninguna dificultad. Aunque los vecinos sólo venían en verano, no teníamos muy buena relación. Fundamentalmente por temas relacionados con los desagües. Así que para no añadir más tensión a una relación vecinal deteriorada, seguí a la perra. Quería evitar que causara destrozos durante su persecución.
Al entrar en el jardín lo primero que vi fue el abandono. La casa estaba cerrada y silenciosa. El césped había sido engullido por la maleza, que crecía formando un colchón de espigas amarillentas. Recorrí el terreno con la vista hasta dar con Dama, que olfateaba el suelo al otro lado de la parcela totalmente inmersa en la búsqueda de su pelota de tenis.
- ¡Dama, ven aquí! - grité con voz autoritaria.
De pronto la perra desapareció. Escuché un zambullido y gemidos. Corrí hacia ella, pero tuve que detenerme bruscamente: oculta tras la vegetación había una piscina llena de agua sucia. Dama nadaba cerca del bordillo, moviendo con sus patas restos de hojas secas en proceso de descomposición. La pelota estaba presa entre sus dientes y se movía con soltura, pero le faltaba el impulso necesario para poder superar el bordillo. Entendí que a pesar del esfuerzo no lo conseguiría.
Seguramente lo más sensato hubiera sido acercarme al lado por donde intentaba salir y ayudarla desde arriba, pero sus ojos desorbitados hicieron que entrara en pánico y saltara impulsivamente para rescatarla. El agua oscura me engulló y noté cómo algunas partículas orgánicas rozaban mis mejillas. Estaba muy fría y al sacar la cabeza, un fuerte olor a moho me golpeó la cara. La perra estaba a unos pocos metros y jadeaba fuertemente, pero seguía sin soltar la pelota. Nadé con decisión hasta llegar a su altura.
- Ya está - dije en un susurro mientras la cogía del collar.
Flotamos juntas hasta las escaleras metálicas, situadas en la zona poco profunda. Un cadáver de rana apareció de pronto, seguramente liberado de las ramas que habíamos movido durante nuestro recorrido. Su barriga hinchada nos saludó. Me dio tanto asco que casi ahogo a la perra en mi intento de salir lo más rápidamente posible. Conseguí que pusiera las patas delanteras en los escalones y tras un par de resbalones, salió moviendo la cola.
Una vez fuera sólo se escuchaba nuestra respiración y un murmullo triste de agua escurrida. Yo no dejaba de mirar al pobre anfibio, apretando la mandíbula para controlar la repugnancia que me provocaba. Dama sin embargo, dejó la pelota en el suelo y sacudió su pelaje húmedo totalmente ajena al cadáver. Miró su trofeo y luego a mi. Le devolví la miraba. Cubiertas de marrón y un otoño pasado, en medio de un jardín muerto, hablamos en silencio. Ella quería seguir jugando, yo prefería volver a casa. Pero a pesar de la aventura, ninguna parecía estar disfrutando. Parpadeamos. En nuestras miradas sólo se reflejaba aburrimiento.
Una vez fuera sólo se escuchaba nuestra respiración y un murmullo triste de agua escurrida. Yo no dejaba de mirar al pobre anfibio, apretando la mandíbula para controlar la repugnancia que me provocaba. Dama sin embargo, dejó la pelota en el suelo y sacudió su pelaje húmedo totalmente ajena al cadáver. Miró su trofeo y luego a mi. Le devolví la miraba. Cubiertas de marrón y un otoño pasado, en medio de un jardín muerto, hablamos en silencio. Ella quería seguir jugando, yo prefería volver a casa. Pero a pesar de la aventura, ninguna parecía estar disfrutando. Parpadeamos. En nuestras miradas sólo se reflejaba aburrimiento.
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